El lunes santo acudia a la iglesia de mi barrio, bien temprano, no era mi devocion lo que me llevaba, sino mi deseo de ayudar, a traer farolas, flores, o cualquier otro utensilio, necesario, para la puesta a punto de la procesión que saldria por la noche: La del Cristo del Perdón y la Virgen de la Soledad.
Tendria poco mas de diez años y durante toda la mañana y parte de la tarde, junto a otros chavales de mi edad, teniamos el "privilegio" de tocar las cosas que mas tarde, desfilarian por las calles de Murcia. Al final del dia, una propina de un duro o dos, eran la recompensa crematistica, que la emocional se llevaba por dentro.
Pero todo habia empezado la semana anterior, con el Quinario al Cristo y el Triduo a la Virgen, no era una cuestion religiosa, pero me encantaba escuchar los canticos de la ceremonia.
Un organista, un señor ciego de pelo cano, que acudia del brazo de su hija, con una carpeta de partituras escritas con unos agujeritos, que mas tarde, supe que eran el lenguaje Braile.
Un coro de dos o tres personas, entonaban varios canticos, entre los cuales, el que mas me gustaba, era el himno al Santisimo Cristo del Perdón; a pesar de haber transcurrido casi cuarenta años sin haberlo escuchado, todavia me vienen a la memoria todos los versos, entonación incluida, casi parece que escucho a uno de los coristas, Antonio "el tintorero".
No solo quedaba en el lunes santo mi "ayuda", sino que se prolongaba hasta el jueves santo.
A partir del martes se desmontaban los "pasos"; maderas, farolas e imagenes se distribuian a sus respectivos lugares de guarda. Y Caifás, Anás y demas personajes dormian en un almacén encima de la iglesia, mientras Jesús y la columna a la cual era atado, se llevaba a la Calle Lucas, a casa de sus propietarios; nunca estuve atado a la columna, pero si senti su peso.
Una vez acabado el desmontaje de los pasos, se procedia a montar el "monumento" que serviria de etapa para las "estaciones" del Jueves Santo.
Hoy, muchos años después y a cientos de kilometros, recuerdo estos momentos, aferrandome a ellos, intentando oler a incienso y primavera. Nunca sera igual, pero cerrando los ojos, casi acierto a escuchar aquel himno:
Alta la sangrienta frente
baja los ojos al suelo
y es su mirada clemente
firme y luminoso puente
entre la tierra y el cielo
Atado de pies y manos
destrozado el corazón
de sus labios soberanos
brotan para los cristianos
blancos lirios de perdón
...
Unas lagrimas asoman a mis ojos, no es religiosidad, hay una algo muy profundo en la Semana Santa murciana, mezcla de religión y folklore, mezcla de incienso y mirra; el oro no lo necesita, porque brilla por si sola.
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