Hacia tiempo que la noche se habia adueñado de la ciudad. Sonaban a lo lejos, los ultimos rumores de la cabalgata. Unos humildes pero engalanafos reyes, habian recorrido el barrio. San Antolin, empezaba a dormir, empezando por su mas tierna ciudadania.
En casa, como cada año, comenzaba la representacion familiar, que nos llenaba de ilusion y temor a un mismo tiempo. Una gran olla, entregada en otro tiempo lejano de matanza y huerta, al cocimiento de morcillas y otros manjares porcinos, servia cada 5 de enero para embaucarnos con el relato familiar. En aquella olla, se prepararia cafe en cantidades industriales, para los reyes y su numeroso y laborioso sequito de pajes. Al mismo tiempo, los tres balcones de la casa, se proveian de hierba, para que los camellos, pudieran darse un festin.
Para que el hechizo funcionara, era imprescindible, que no estuvieramos despiertos, cuando la embajada real, entrara en nuestra casa, a dejarnos los regalos. No recuerdo sentirme decepcionado porque no coincidieran con lo pedidoen la carta, siempre habia una convincente explicacion de mis padres. Ellos, eran el mejor regalo.
Nunca nos faltaba una caja de cigarrillos de chocolate, ni una cajita de cerillas de mazapan, ni las botellitas de chocolate o el papel de fumar, con el mismo manjar del cacao.
Tampoco faltaba una caja de lapices colores de Alpino, ni un plumier de madera de dos pisos. Y por supuesto, una bolsa de indios y vaqueros de goma, que enseguida desparramabamos por el mullido edredon de la cama de mis padres, que a esa temprana hora, habiamos ocupado toda la tropa menuda.
Siempre habia alguna otra cosa de mayor tamaño, pero, ...¡eramos tan felices con tan poca cosa!.
Hace mucho tiempo que no escribo a los reyes. Si lo hiciera, le pediria volver a vivir aquellos momentos. Soy feliz con lo que tengo y sobre todo, con la gente que me rodea, tanto en la cercania, como a cientos de kilometros. Sin embargo, añoro con nostalgia, aquellos años de la infancia. Aquella edad de la inocencia.
En casa, como cada año, comenzaba la representacion familiar, que nos llenaba de ilusion y temor a un mismo tiempo. Una gran olla, entregada en otro tiempo lejano de matanza y huerta, al cocimiento de morcillas y otros manjares porcinos, servia cada 5 de enero para embaucarnos con el relato familiar. En aquella olla, se prepararia cafe en cantidades industriales, para los reyes y su numeroso y laborioso sequito de pajes. Al mismo tiempo, los tres balcones de la casa, se proveian de hierba, para que los camellos, pudieran darse un festin.
Para que el hechizo funcionara, era imprescindible, que no estuvieramos despiertos, cuando la embajada real, entrara en nuestra casa, a dejarnos los regalos. No recuerdo sentirme decepcionado porque no coincidieran con lo pedidoen la carta, siempre habia una convincente explicacion de mis padres. Ellos, eran el mejor regalo.
Nunca nos faltaba una caja de cigarrillos de chocolate, ni una cajita de cerillas de mazapan, ni las botellitas de chocolate o el papel de fumar, con el mismo manjar del cacao.
Tampoco faltaba una caja de lapices colores de Alpino, ni un plumier de madera de dos pisos. Y por supuesto, una bolsa de indios y vaqueros de goma, que enseguida desparramabamos por el mullido edredon de la cama de mis padres, que a esa temprana hora, habiamos ocupado toda la tropa menuda.
Siempre habia alguna otra cosa de mayor tamaño, pero, ...¡eramos tan felices con tan poca cosa!.
Hace mucho tiempo que no escribo a los reyes. Si lo hiciera, le pediria volver a vivir aquellos momentos. Soy feliz con lo que tengo y sobre todo, con la gente que me rodea, tanto en la cercania, como a cientos de kilometros. Sin embargo, añoro con nostalgia, aquellos años de la infancia. Aquella edad de la inocencia.
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