miércoles, 24 de diciembre de 2014

Cuento nostálgico de Navidad

Nuestra mirada iba alternativamente de la estantería, a las puertas de entrada de la tienda. Nos movíamos de una punta a otra del angulo recto que formaba el mostrador, inquietos y atentos al mas mínimo ruido en la calle. En el piso de arriba, se daban los últimos retoques a la cena. el dormitorio de mis padres, convertido desde hacia mucho tiempo, en comedor nocturno, lucia esplendorosamente con una mesa ampliada, donde lo mas importante quedaba tras el contorno de ella.
Por abajo, seguía la zozobra sobre la deseable entrada de clientes. Eran pasadas las nueve y desde hacia rato se debía haber bajado las persianas, pero estos días, se hacia 'la vista gorda', ante los férreos horarios que imponía la alcaldía. San Antolin, nuestro barrio, sobre todo alrededor nuestro, era la residencia de gente humilde, en muchos casos, las compras de ultima hora de las navidades, las de 'tirar la casa por la ventana', con unos turrones y alguna botella, estaba supeditado a la paga que esa misma tarde/noche, recibiera el cabeza de familia; eso no se sabría, hasta la vuelta del trabajo, bien entrada la noche. Entonces, si la generosidad patronal se había hecho patente, acudían en tromba a la tienda, para entre el jolgorio de los niños y la sonrisa de los padres, pudieran hacerse con algunos extras, que dieran un poco de dulzura a la Nochebuena.
Mientras, en la 'guardia' de punta a punta del mostrador, nosotros vivíamos una espera parecida. Cualquier ruido, activaba la alerta y nuestros deseos se paseaban por la imaginación. Cuando la puerta iniciaba la apertura, en nuestra mente hacíamos cabalas sobre la compra: "se van a llevar dos pastillas de turrón, una de sidra y otra de Castellblanch". Nuestros pensamientos siempre iban orientados a vaciar la estantería de bebidas y las cajas de El Almendro de turrones. Sabíamos que mi padre había apartado una generosa provisión para nosotros, por lo que nuestra fiesta estaba asegurada. Dentro de una rato, tras cerrar la tienda, en el piso de arriba empezaría la representación de un quiero y no puedo por parte de mi padre: "ay, si yo pudiera", "con lo que me gusta el cordero". Mi padre era vegetariano, a su modo. El se organizaba los productos que debía tomar y se preparaba sus 'potingues'. Nunca había la mas mínima presión hacia los demás, para que le siguiéramos en su dieta. Había tenido problemas coronarios en su juventud y desde entonces, se había autoimpuesto su dieta, ...con la ayuda de los libros del Dr. Vander. Hoy, fieles hijos, hemos heredado algo de esa 'coronación'.
Abajo, algunos clientes habían aparecido. Con mas alegría que la que producían en nosotros. La estantería se iba vaciando y las cajas del almendro se iban vaciando. Nosotros, siempre salíamos ganando, porque sabíamos que lo que sobrara, incrementaría las bandejas del piso de arriba. Eso nos hacia sonreír, pero la mayor sonrisa, era ver cuando se vendía todo y mi padre con una cara de felicidad que nos irradiaba a todos, me pedía que bajara las persianas.
Arriba, mi madre y el resto de hermanos, nos esperaban para cenar, pero antes, escucharíamos con una sonrisa los lamentos irónicos de mi padre: "ay, si yo pudiera", "con lo que me gusta el cordero".
50 años después, aun sigo escuchándole en mi pensamiento. Con nostalgia, pero con mucho cariño, el que también heredamos de lo dos, de la Resu y del Manolo.

Una imagen, vale mas que mil palabras: Belén Municipal de Murcia. Siempre se instalaba en la Plaza de la Cruz, a los pies de la Catedral de Murcia. Ahora se instala en el Palacio Episcopal y ha perdido todo su encanto. Pero las imágenes, independientemente de la creencia religiosa o su ausencia, siguen siendo una maravilla.

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