El dia no podia empezar mejor. Un magnifico Hotel Ibis, un recatado madrugon y un amplio buffet para desayunar. La visita a Amsterdam empezaba con buen pie.
Elisabeth, la guia holandesa nos recogio en el Hotel para darnos un paseo documentado por la ciudad. Los canales, las plazas, los edificios, los lugares con una historia remota y otra no tanto, o por lo menos, no tan curada en el corazon.
Merecia la pena pasear por el mercado de las flores, comprar bulbos y plantas, y comprobar como las gentes pasean por la ciudad en bicicletas taxis, en bicicletas familiares y sobre todo en bicicletas personales. De vez en cuando, el tranvia nos saluda con su paso sereno, parece como si fuera al ritmo ciclista que los holandeses imprimen a su bicicleta.
Los edificios, crean un ambiente cargado de emociones. Es imposible no recordar las escenas vividas en tantas peliculas sobre la invasion nazi. Al final fue materialmente imposible visitar la casa de Ana Frank, pero en mas de una ocasion, durante todo el dia, el ambiente recordaba a Ana y todo el horror vivido.
Hay muchas mas cosas en una ciudad como Amsterdam, intentamos abarcarlo todo. Visitamos una "fabrica" de diamantes. Nos explican todo el proceso a partir de la extraccion del diamante y su posterior conversion en una joya. Dejamos para otro año la compra de una de sus piezas.
Asimismo y por motivo diferente, dejamos de comprar la planta de cannabis, no por su precio, sino por llegar en una epoca alejada del mundanal humo, no por deseo propio, sino por capricho infartado del corazon. Eso si, no podia resistirme a comprar la piruleta de cannabis, ahora probarla, no me atrevi: lo dejaremos tambien para otro año.
La comida en un restaurante de Amsterdam fue agradable y el local muy acogedor. Nos esperaba tiempo libre para toda la tarde y habia que aprovecharlo.
Es una lastima que el folleto del circuito turistico nos indique lo de tarde libre para visitar museos y hacer compras, cuando la realidad es que a partir de las seis de la tarde, lo unico que va quedando abierto de escaparates y "obras de arte", se limitan a los del barrio rojo.
Desgraciadamente, Van Gogh y el RijksMuseum, tendran que esperar otro viaje en exclusiva a la ciudad. Tan solo quedo tiempo, para unas compras aceleradas, en la tienda unificada de ambos museos.
De las otras compras, nos quedo una sensacion de tarta de cumpleaños, porque parecia que ibamos apagando las velas de los comercios. Que malo es acostumbrarnos a que El Corte Ingles cierre a las 22 horas.
Aunque no hay mal que por bien no venga, nos quedo tiempo, para saborear un "capuccino" -al menos eso creen ellos-, en la Plaza Damm, antes de volver al hotel a cenar y prepararnos para el dia siguiente.
Fue un dia intenso, incapaz de poder plasmarlo en estas lineas. Este viaje es como el indice de un libro, nos enseña los capitulos que hay que leer. Luego, con tiempo, habra que ir desgranando toda la trama del libro y por la pinta, parece una historia apasionante.
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